Hoy en día, sabemos que uno de los beneficios de los programas de rehabilitación cognitiva es recuperar, restaurar o fortalecer funciones que se han visto dañadas. Pero, ¿sabemos el mecanismo a través del cual se produce esta mejora? Para responder a esta pregunta, hablaremos de la plasticidad cerebral.

Al escuchar la palabra plasticidad, es muy probable que nos imaginemos una masa a la que le podemos dar la forma que queramos, y que se adaptará a cualquier molde en la que la queramos poner. La plastilina, por ejemplo, permite crear cualquier tipo de figura, y tiene la característica de adaptarse a cualquier cambio de forma. Sin embargo, hablar de este término como una característica del cerebro requiere de una definición más precisa, para que podamos entender el significado en este contexto.

Podemos decir que la plasticidad está relacionada con la capacidad que tienen los seres vivos para modificar conductas y comportamientos que permitan una mejor adaptación al medio, mediante respuestas variadas a los estímulos del entorno. Debemos entender que, dentro de ese patrón de respuestas, hay diferencia entre los organismos, ya que estas respuestas serán distintas dependiendo de cada individuo. En este sentido, la plasticidad cerebral puede ser entendida como los cambios y las distintas respuestas que se llevan a cabo en el cerebro para responder a las demandas del entorno, siendo esos cambios distintos en cada individuo. En concreto, hablamos de cómo cambian las estructuras del cerebro cuando se entrenan las funciones de las que esas partes se encargan. De esa manera, al entrenar una parte del cerebro que se encargue de elaborar y coordinar un movimiento, la estructura de la que depende dicho movimiento se modifica. Lo mismo pasa con aquellas partes de las que dependen procesos como el lenguaje, la memoria, la atención, etc.

Los estudios de investigación han demostrado que, tras una lesión, se llevan a cabo una serie de respuestas en las zonas adyacentes al daño, generando unas sustancias de naturaleza trófica (sustancias de naturaleza proteica de las que se nutren las células gliales, que son las presentes en el sistema nervioso central), que permiten la recuperación parcial en las estructuras dañadas y promueven la supervivencia de las neuronas. Hay que señalar que esta capacidad de recuperación es limitada, debido a las características de estas células. Del mismo modo, la recuperación dependerá de factores como el tipo de daño, el momento en el que se produzca, lo que ocurra en el entorno después de la lesión y las características de la propia persona.

La plasticidad lleva asociada un cambio en la microestructura del cerebro, y la explicación a este cambio la encontramos en la interacción de las neuronas. Sabemos que contamos con un número limitado de neuronas, y que son unas células sin capacidad de división, como sí lo hacen otro tipo de células del organismo. Cuando un grupo de neuronas comparte información entre sí, entre ellas se crea una conexión que, a medida que se repite cuando transmiten la información, se fortalece. Al fortalecerse esas conexiones, las estructuras se modifican y se pueden apreciar algunos cambios en los tejidos, como por ejemplo un aumento en la densidad.

Como hemos comentado, esta neuroplasticidad también está relacionada con la capacidad de las neuronas para reforzar las conexiones entre sí. Por eso, podemos explicar mediante la plasticidad la instauración de algunos patrones de conducta y cómo se vuelven casi automáticos en algunos casos.

Teniendo en cuenta el papel que juega la plasticidad en la recuperación de las funciones dañadas, es necesario tener en cuenta que la estimulación, cuanto más temprana y cercana al momento del daño sea, permitirá que la recuperación tenga un pronóstico más favorable.